La selección de Villoro

by Omar Fuentes

Sé que varios de mis lectores no esperarían que yo hablara de futbol en este espacio. No lo haré tácitamente, de hecho. Incluso espero que esta reproducción ofrezca una alternativa refrescante para aquéllos que no gustan del balompié pero que degustan de la literatura latinoamericana.

Admiro a Juan Villoro desde hace algunos años. De mis tantas adicciones adolescentes, la más económica era ir a Gandhi los domingos a comprar todos los libros que me llamaran la atención (ahora pienso que es una obsesión conveniente en tanto que la lectura me quita el tiempo para otras adicciones menos fructíferas).

Era 1993. En una de mis visitas a la librería me encontré con un libro editado por Alfaguara titulado “El disparo de Argón” de un tal Juan Villoro. “¿Y ése quién es?”, inquirí como lo haría un crítico literario déspota. Me atraganté con el libro en unas horas y me declaré fan.

Mis aceramientos a Villoro ocurren cada vez que al maestro se le ocurre publicar algo nuevo. Y mi fanatismo crece con cada una de sus creaciones. Por si fuera poco, a Villoro le gusta el futbol y cada cuatro años suele crea puentes inimaginables entre el deporte de las patadas y las patadas de la vida. “Dios sigue siendo redondo y engorda cada día” es una de sus frases memorables en los círculos literarios.

Hace poco le preguntaron: “¿Hay vida después del futbol?” Y él respondió: “El futbol dura 90 minutos. Es uno de sus grandes logros. No agota la realidad. Siempre hay algo antes y después de un partido.”

El domingo pasado, el maestro Villoro fue invitado por el Reforma para que publicara, en su suplemento dominical “El Ángel”, una alineación atípica y utópica. Por la genialidad que yo encuentro en sus palabras, me permito reproducir el contenido de dicho artículo.

La selección de Villoro

La selección de Villoro

Hago una selección literaria posterior al siglo 17. En la portería se necesita un solitario de inquebrantable ética: Albert Camus. Los laterales deben correr bien y ser ligeros: Italo Calvino y Anton Chéjov. Los centrales deben tener dramática contundencia: Tolstói y Dostoyevski. El medio de contención debe mostrar resistente enjundia: William Faulkner. Los dos medios creativos deben reinventar la fantasía: Jorge Luis Borges y Vladimir Nabokov. El extremo izquierdo debe ser un conocedor de los fantasmas: Juan Rulfo. El centro delantero, un maestro en la economía de efectos: Raymond Carver. El extremo derecho, un artífice capaz de burlar a cualquiera: Georges Perèc.

Como ven, mi equipo de clásicos modernos juega en 4-3-3.

Su entrenador debe dominar las causas perdidas (Joseph Conrad), tener un asesor que le plantee escenarios pesimistas (Franz Kafka) y un motivador que le renueve la confianza en los misterios de la vida diaria (Jorge Ibargüengoitia).

Si se están echando la cascarita en el cielo (o en donde sea, para el caso), yo le voy a esta selección.

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