¿Lógica? Siempre…

by Omar Fuentes

Hace unos días, mi papá me envió un correo electrónico con diversos “problemas de lógica”; quizás lo hizo pensando en que soy estudioso de la lógica y de la racionalidad y quería probar mis conocimientos.

Uno de los “problemas” propone lo siguiente:

Un automovilista circula a 70 km/hr en una avenida sin molestarse en encender sus luces. El alumbrado público estaba apagado y la luna no brillaba. De pronto, un peatón completamente vestido de negro cruza la avenida sin fijarse. Sin embargo, el automovilista lo ve, frena su auto y le permite cruzar. ¿Cómo le fue posible verlo?

Como sucede con cualquier “problema” de este tipo, lo primero que llamó mi atención fue la limitación propia de cualquier ejemplo hipotético: no es posible enunciar todas las variables que entrarían en juego en una situación como ésta si fuera real.

Dejando la limitación a un lado, pensemos por un instante que habremos de resolver este acertijo solamente empleando la información proporcionada.

Aquí entra en el juego la lógica. Es una lógica que tiene su origen en nuestras habilidades lingüísticas más elementales que nos hace hacer múltiples inferencias dado un conjunto de elementos.

3 elementos del primer enunciado nos dan pistas para hacer el cálculo lógico (en realidad es un cálculo pragmático) que determina nuestra respuesta final:

  • “sin molestarse en encender sus luces”
  • “el alumbrado público estaba apagado”
  • “la luna no brillaba”

Para dar una solución, la mayoría de personas comienza la aventura de las inferencias arbitrarias:

  • “El peatón era negro y sonrió, dejando ver su blanca dentadura”
  • “El automovilista ya había atropellado a alguien más y por eso iba muy atento al camino”
  • “El peatón traía unos cascabeles atados a los zapatos; así, el automovilista primero lo escuchó y luego lo vio”

Todas éstas son respuestas ciertamente posibles (despues de todo, se trata de un ejemplo hipotético y en este tipo de ejemplos todo puede pasar). Sin embargo, no se ajustan al criterio de utilizar solamente los elementos ofrecidos en el enunciado.

El problema “lógico” (insisto, en realidad es pragmático) de la mayoría de lectores es la inferencia que todos ellos hacen. Los tres elementos del primer enunciado del “problema” hacen posible el siguiente cálculo: NO ES DE NOCHE.

Nota que en ninguna parte del “problema” es mencionado esto literalmente. Sin embargo, el acto de “no molestarse en encender las luces” implica, para muchos, que no es de noche; la anotación acerca de que “el alumbrado público estaba apagado” implica, para muchos, que no es de noche; el aviso de que “la luna no brillaba” implica, para muchos, que no es de noche. A pesar de todo esto, insisto, ¡el texto jamás establece literalmente que “no es de noche”!

Nota cultural: cuando utilizo la palabra implica en realidad lo hago a sabiendas de que es una palabra que no describe plenamente lo que ocurre en la mente de las personas en casos como éste. Éstas no son implicaciones; en realidad, son implicaturas.

Y es a partir de este cálculo que la mayoría de personas comienzan a alucinar las posibles razones por las cuales el automovilista pudo ver al descuidado peatón.

Ahora, vamos a pensar un poco más. Este tipo de cálculos lógicos (pragmáticos) los hacemos todos los días, todo el tiempo, sin darnos cuenta. A veces, calculamos bien y no pasa nada; a veces, calculamos mal, como en el ejemplo hipotético propuesto. El punto es que ya venimos equipados con esta habilidad de interpretar las palabras en un nivel diferente.

Con todo esto: ¿te imaginas lo que sería si tú, por medio de tu comunicación, pudieras ofrecer elementos para que el otro calculara exactamente lo que tú quieres que infiera… sin siquiera decírselo?

No tendrías que decirle literalmente a tu cliente que tu servicio es lo mejor que puede conseguir en el mercado… pero harías que por sí mismo lo pudiera inferir con facilidad. ¡Y él actuaría en función de esta idea!

No tendrías que decirle literalmente a tu alumno que le conviene aprender lo que le estás enseñando… pero harías que por sí mismo lo pudiera inferir con facilidad. ¡Y el actuaría en función de esta idea!

No tendrías que decirle literalmente a tu paciente que haciendo lo que le indicas va a mejorar su calidad de vida… pero… ya me entiendes, ¿no?

Adicionalmente, ante casos como éstos, lo más probable es que tu interlocutor jamás se percate que fuiste tú quien lo ‘orilló’ a hacer dicha inferencia. Va a pensar que fue a él mismo a quien se le ocurrió la idea.

Yo lo hago todo el tiempo y, no solamente es divertido comunicarte sabiendo con mucha precisión lo que va a ocurrir en la mente de la otra persona, sino que además es muy útil. Yo tuve que darme cuenta de que esto ocurría y, más tarde, aprender a hacerlo.

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( :) ¿Lo ves?)

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